Saturnino Herrán nació en la ciudad de Aguascalientes, el 9 de julio de 1887.
Sus primeros estudios los realizó en el Colegio de San Francisco Javier y en 1901 ingresa a la preparatoria en el Instituto de Ciencias de Aguascalientes; ahí conoce a Pedro de Alba, y reencuentra a sus amigos de la infancia, Ramón López Velarde y Enrique Fernández Ledesma.
El 18 de enero de 1903 fallece su padre, lo cual significó un duro golpe moral, pues contaba sólo con quince años de edad.
Ingresó en la Escuela Nacional de Bellas Artes —antes Academia de San Carlos— en 1904, en el momento en que la institución había cambiado sus planes de estudio, bajo la dirección en las clases de dibujo y pintura impartidas por Antonio Fabrés.
Saturnino se casó con Rosario Arellano en 1914, con quien tendría a su único hijo, el químico José Francisco Herrán Arellano. Su esposa fue modelo en una de sus obras representativas, Tehuana.
Saturnino fue un pintor con gran habilidad desde muy joven, por lo que cuando llegó a la academia en la Ciudad de México no se inscribió en los cursos elementales de dibujo, sino que pasó directamente a las clases superiores impartidas por Antonio Fabrés, profesor que tendría a Herrán en alta estima. De esta época se pueden apreciar algunos dibujos al carbón y en sanguina, los cuales se expusieron en la escuela con los de otros compañeros. El profesor era afecto a una temática anacrónico-exótica, la cual estaba presente en las obras de sus alumnos incluyendo a Herrán, quien la fue abandonando, prefiriendo la iconografía de elementos de la realidad cotidiana.
De la época de aprendizaje, influyeron también en Herrán las obras de Ignacio Zuloaga, Joaquín Sorolla. Sus contemporáneos Juan Téllez, Ángel Zárraga y Julio Ruelas también fueron parte de la amalgama de expresiones diversas que confluirían en su obra futura.
En 1907, Herrán trabajó copiando los frescos de Teotihuacán para el antropólogo Manuel Gamio, y poco después comenzaría a plasmar el pasado indígena en su obra pictórica.
En 1908, Herrán termina su primera obra de gran rigor estilístico, Labor, la cual desarrolla en su clase de Composición de Pintura. Dos años después realiza dos tableros para la Escuela de Artes y Oficios entre 1910 y 1911, en la que se realza el trabajo como sustento del progreso nacional. En 1909, Herrán ya había realizado una obra alegórica con sensibilidad decadentista, Molino de Vidrio, en la que se confronta el tema del progreso asociado al trabajo con el del agobio que representa el trabajo físico de un viejo que opera una rueda de molino.
Herrán participó en dos exposiciones en la Escuela Nacional de Bellas Artes en 1910, una en febrero y otra por las Fiestas del Centenario en septiembre que organizó el Dr. Atl. En estas exposiciones, la obra de Herrán atrajo la atención del público y la crítica. La crítica de arte Teresa del Conde lo catalogó como “maestro del modernismo mexicano” a pesar de su corta trayectoria y su temprana muerte.
Como antecedente, Gedovius también desde 1904 realizaba motivos arquitectónicos dentro de sus pinturas; sin embargo, Herrán comenzó a hacer asociaciones inesperadas entre el fondo monumental y el cuerpo consumido de los viejos. A diferencia de Gedovius, que como José de Ribera dignificaba la figura del anciano convirtiéndolos en filósofos, Herrán exhibe la decrepitud corporal y la acentúa. De esta época destacan Desnudo de vieja, El último canto, El pordiosero, Anciana con esfera de cristal, todos ellos mostrando el efecto que tuvo la lucha armada de la Revolución en las personas más desprotegidas.
El tema religioso, que estará presente en diversas obras de Herrán, comienza a destacar a partir de 1913 cuando pinta La ofrenda o La trajinara, la cual tuvo como antecedente El camino de Francisco de la Torre. En la composición de Herrán se aprecia a una familia en una trajinera en Xochimilco que lleva un tributo floral a sus muertos el 2 de noviembre. Cada personaje representa alguna de las tres edades del ser humano, desde la infancia hasta la vejez, lo cual hace pensar que representa no sólo a un grupo de personas sino a toda la humanidad que avanza hacia un destino ineluctable.
Herrán planeó realizar una exposición individual de su obra, pero debido a los acontecimientos políticos de la década, muchos proyectos culturales se vieron frustrados. Aunado a esto, la vida familiar fue compleja, primero por el parto complicado de su esposa que puso en riesgo su vida, lo que aplazó una posible exhibición individual hasta noviembre de 1918, dos meses después de su muerte.